A Odiseo no le gusta el mal tiempo.
Le convino otrora,
años ha,
cuando los vientos le fueron favorables
para zarpar de allí,
persiguiendo sus sueños.
Odiseo no dejó, al partir de Ítaca,
sin saber aún que era Ítaca,
ninguna Penélope
tejiendo ni destejiendo esperas.
Ni Telémacos resentidos por su ausencia.
En su gesta tampoco los encontró,
pero alguna Circe hubo que lo 'encirzó'.
A su retorno,
descubrió que Ítaca fue siempre Ítaca,
y que había traído a Telémaco consigo,
ronroneante y ansioso de amor, patria,
tierra y libertad.
No había Penélope, ni maldita la falta pero,
cuando pareció aparecer,
tornó descubriéndose otra Circe que,
disfrazada de nuevo de Penélope,
otra vez,
ni era consciente de su disfraz.
Maldecida y maldiciente.
Nubarrones sobre Ítaca,
pasajeros al tren.
Y Odiseo sobre su trono,
oteando el horizonte,
con su media sonrisa al rostro.
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