Caronte espera aburrido a las almas,
a orillas de no se sabe si embarcadero o playa
donde el río Aqueronte ofrece una quietud de muerte.
El funesto barquero alza la vista,
distraído, que parece viva.
Se muestran desesperadas las almas, y hundidas,
pues ninguna lleva un óbulo encima.
Así, una u otra cosa debe de ser cierta:
o a los vivos encargados
no les importa su suerte,
o acecha lo precario
hasta las puertas
de la muerte.
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