Él nunca había sido especialmente asiduo a las exposiciones, pero a su nuevo y flamante novio le encantaban y pensó que en el fondo tampoco le desagradaba el plan. El día se presentaba, dentro de la excepcionalidad que un plan específico podía representar, un tanto rutinario. Domingo al uso, tras desayunar juntos en alguna terraza, porque aún no habían llegado al punto de compartir hogar a pesar de pasar cada vez más tiempo bajo el mismo techo. Luego acudieron a la exposición, que en otro domingo rutinariamente excepcional versaría sobre dar un paseo o inserte aquí su plan. Después comerían en su casa y pasarían la tarde tranquilos dándose cariño mutuo.
Se trataba de una exposición en un museo público y estaba muy concurrida. Cuando ya estaban enfilando la salida de las galerías lo vio. Joan sí era asiduo a las exposiciones. Llevaban varios meses sin tener contacto, desde que él empezase a sentir algo por Joan y éste a la vez empezase a sentir algo por Roberto. Y esa incompatibilidad acabó lanzando a Joan a los brazos de Roberto, a él a los brazos de la noche y a su no-relación hasta el momento a los brazos del olvido o el cajón de los recuerdos memorables, que suele venir a ser lo mismo. A las pocas semanas de darse la conversación crucial en la que decidieron que ya no habría más conversaciones, ni cruciales ni banales, él conoció en un tugurio decadente a Marcos. Y ahí estaban en un museo expuestos los unos a los otros, todas las piezas sobre el tablero, Joan, Roberto, Marcos y él. "Qué sorpresa", "cuánto tiempo", "pues sí", "éste es Marcos", "éste es Roberto", "mua-mua-encantado-encantado", "qué bien te veo", "qué guapo estás", "a ver si nos vemos", "claro, hombre", "adiós-adiós".
Más tarde, en casa, Marcos abriría fuego:
- Estás rayado
- No estoy rayado, ¿por qué?
- Porque lo noto. Estás rayado. No pasa nada. Yo también lo estaría. Fue muy especial lo que tuviste con Joan.
- No tuve nada con Joan.
- Bueno, la perspectiva de lo que podías haber tenido.
- Yo creo que con la exposición de esta mañana ya hemos hablado mucho sobre perspectiva.
- Puede, pero yo a este cuadro no le veo un punto de fuga.
- Maricón, cuando te pones con las metáforas me dejas muerta.- Y se fue a la cocina a fregar lo platos mientras Marcos se quedó sonriendo en el sofá decidiendo la película que verían bien abrazados con la manta por lo alto y la gata también por lo alto.
Estaba ya terminando de colocar los platos en los muebles de la cocina cuando vibró su móvil. Mensaje de Joan.
- Hola. ¿Estás disponible?
- ¿Para hablar o para mensajear?
- Escribamos. Sé que odias hablar por teléfono.
- Gracias. Cuéntame.
Varios minutos de silencio con el mensaje visto.
- ¿Joan? Venga, dime.
- Es que no me esperaba lo de esta mañana.
- Ni yo, pero Madrid puede parecer muy grande y luego no lo es tanto. Te he visto muy bien.
- Gracias. Estoy muy bien. ¿Y tú?
- Bien también. Sigo empujando la rueda. Ya sabes, el devenir de la existencia, jajajajaja.
- Ay la literatura. Qué bien se te ha dado siempre.- Varios minutos de silencio y Joan volvió a la carga. Ya habían empezado la película.- ¿Quieres que nos veamos o dejamos el "a ver si nos vemos" en una frase hecha vacía de contenido?
- ¿Ves como tú también escribes muy bien? Te lo dije muchas veces.
- Y yo no lo negué. A ver qué te crees jejejejejeje ¿Te apetece que quedemos?
- Vale. Un café y nos contamos. Sé que sigues trabajando de tarde. ¿Por la mañana donde siempre?
- Donde antes.
- Lo mismo es. ¿A las diez y media?
- Me parece bien.
- Si quieres paro la película porque no te estás enterando de nada.- Marcos no tenía necesidad de preguntar con quién hablaba y ese tipo de fiscalización tampoco formaba parte de su carácter.
- No. Perdona. Sigamos.
Al día siguiente, eran las diez y media y no constituyó ninguna novedad que Joan llegase antes que él. Un café con leche para cada uno, como siempre.
- ¿Te va bien con Marcos?
- Sí. Mucho. ¿Tú con Roberto qué tal?
- Muy bien. Es un cielo.
- Qué bien. Me alegro mucho.
- ¿Tú crees que a nosotros nos hubiese ido igual de bien?
- Nunca lo sabremos. Yo no dejo de preguntármelo pero ya no tenemos forma de saberlo.
- El caso es que... A ver, sí que tenemos forma de saberlo.
Él se quedó unos segundos mirando fijamente a Joan a los ojos como desafiando a una esfinge. Después perdió la mirada en algún punto lejano pero conciso de la calle de Embajadores y, sin volver a mirar a Joan, le dijo:
- No. Ya pasó. Sigo sintiendo algo por ti, no lo niego, pero ya no es el momento. Tú estabas en el concurso, se te ofreció el coche o la caja sorpresa. La caja sorpresa podía contener un apartamento o nada. Nadie puede culparte por elegir el coche, pero al hacerlo sellaste la caja y no podrás saber lo que había dentro.
- Qué drástico. En la vida se puede intentar enmendar los errores.
- ¿Qué error, Joan? No creo que Roberto sea un error. Es un buen coche. Disfrútalo. No te pases la vida pensando qué contenía la caja. Decidiste no abrirla y ya está. Desde dentro de la caja es al premio no escogido al que le corresponde romperse la cabeza sobre qué hubiese pasado si se hubiese abierto la caja.
Poco después Joan invitó a los cafés, se levantaron y se despidieron con un largo abrazo y las ganas no resueltas de darse un último beso que nunca llegaron a darse meses atrás. De camino a casa se le vino a la mente que a Marcos no era al único al que se le daban bien las metáforas.
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