LITERALIA

ARTÍCULOS DE OPINIÓN

sábado, 25 de julio de 2020

MAZINGER Z VIGILA

    Acudió a la cita con ciertas reservas. No se habían citado en una cafetería, ni en un bar o restaurante. Se habían citado en mitad de la calle a raíz de un contacto en una de esas aplicaciones que ofrecen encuentros esporádicos y a menudo meramente carnales. Además, el lugar estaba cerca de la casa del otro, lo cual invitaba fácilmente a deducir que no iban a tardar mucho en estar retozando en la cama del individuo en cuestión.

    De ahí venían sus reservas. Y no es que él estuviese esperando otro tipo de cita, algo más cercano al romanticismo normativo. Todo lo contrario. Ya tenía una edad, y estos años le habían colocado en algunas situaciones en las que todo apuntaba a escenas de placer físico y sensorial puntuales y las situaciones habían ido derivando a otro escenario más conservador con sentimientos de por medio. En cuestión de días. También había ocurrido lo contrario, ya que su vida en un momento dado cambió radicalmente a raíz de una cita sexual que acabó derivando prácticamente en matrimonio de años.

    Se sonrió con sarcasmo para burlarse de sí mismo. Había quedado con un tipo para follar. Ya está. Era gracioso que algo tan sencillo le estuviese haciendo dar tantas vueltas a la cabeza.

    Se encontraron en la esquina acordada. Como de costumbre su partenaire había escogido muy bien las fotos que colgó en su perfil haciendo que el momento del encuentro físico quedase invadido por una especie de decepción plasmada en la clásica "eres mucho más guapo que en las fotos. No te hacen justicia" por parte del otro y un sencillo "vaya, gracias" por su parte. Él no podía decir lo mismo y no lo dijo. No tenía sentido mentirle a una persona con la que ya sabía que era difícil que volviese a encontrarse voluntariamente. Uno usualmente acaba mintiendo sólo a quienes le importan.

    De camino a casa del otro se puso a bucear, tal era la vacuidad de la conversación circunstancial obligada por el contexto, en su currículum carnal. En las primeras reseñas dominaba la situación la explosión hormonal de la post-adolescencia y los encuentros furtivos en baños y coches mal aparcados en descampados a la vez que internet hizo su magia y descubrió las comodidades de quedar con gente con casa que disponía de comodidades. Pero en algún momento se introdujo en la senda de las citas personales con expectativas y emociones asomando por todos los rincones. Hubo una época en la que ligaba sin importar, o casi deseando, que eso pudiese acabar en una relación. Cuando años más tarde decidió reducirlo todo a lo carnal le llegó lo contrario sin pretenderlo y lo vivió y disfrutó como nunca, pero ahora que había terminado se dijo que no volvería a ello. Sin saber bien el porqué recordó un encuentro cuando vivía en otra ciudad hacía más de una década, en el que conoció al amigo de una amiga, hetero, y el baile veneciano de señales, detalles y situaciones más o menos fortuitas les llevaron a estar solos en el salón de la casa de él a altas horas, un poco bastante piripis, y acabaron follando. Le gustó más allá de lo corporal. Le hizo gracia el detalle de que el muchacho pausase los preliminares para ir a la habitación a coger un muñeco enorme de Mazinger Z y lo colocase en un sitio dominante del salón diciendo "es que como siempre follo en la habitación estoy acostumbrado a que presencie la escena". Al final no ocurrió nada importante con ese chaval y poco sabía de su vida sentimental actual a través de la red social en la que le seguía y donde sólo contaba sus devenires profesionales. ¿Seguiría "siendo hetero"?

    El piloto automático de la conversación circunstancial obligada para que el silencio no echara todo a perder le había hecho casi no darse cuenta de por dónde habían ido hasta que el otro dijo el clásico "es aquí" que inmediatamente le arrojó en el aquí y ahora a través de diez años y trescientos kilómetros para pensar "menos mal. Acabemos con esto".

    En un momento dado del mero trámite físico en el que se había convertido la cita se dio la vuelta y acabó mirando al armario que había a los pies de la cama. En lo alto del todo vio claramente en posición vigilante, dominando todo el pequeño dormitorio, a un muñeco de Mazinger Z. No, el dueño del muñeco no dio la importancia que merecía. O le estaba dando él más de la que merecía. Y el final del polvo fue irrelevante porque ya se encontraba pensando en cuántas veces, si es que eso había ocurrido, aquel muchacho que ya no lo era (como él) había rememorado aquel encuentro ante la mirada de Mazinger en aquel salón.

    Sólo había dos maneras de saberlo. Una era intentando volver a entrar en contacto con él y otra preguntarle a todas las advocaciones de Mazinger Z que se fuese encontrando por distintas casas. Decidió lo segundo aunque al final se diese cuenta de que eso era algo así como rezar. Ya puestos prefería rezar a Mazinger Z si es que había que rezar a algo.

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