Hola mentecillas inquietas:
Vivimos en España. Un país que suele darse al derrotismo premeditado, que cree siempre de antemano que todo está perdido, en el que impera el comentario "para qué" y donde, si se llega a intentar algo, al final debe enfrentarse con el prematuro y seccionado análisis del "¿ves? No ha servido de nada". Quienes forman la diana de las críticas, acciones y movilizaciones lo saben y lo explotan. Aparentan normalidad, bailan las cifras de participación, endurecen las medidas contra las que se protesta en un ejercicio superlativo de chulería y ordeno-y-mando, y siguen adelante para intentar demostrar que no les afectan las críticas.
Esas actitudes del poder fermentan en la población, que nota crecer en sus mentes las expresiones con las que he abierto la entrada de hoy, y es justo eso lo que pretenden los gobiernos en nombre de sus verdaderos amos. Sembrando el desaliento se llega al desconcierto, del desconcierto a la apatía y, como en una cita de la Guerra de las Galaxias, eso sólo puede llevar al lado oscuro. Nos blinda la visión ante la ineludible realidad de que el día sólo tiene veinticuatro horas y ellos se dedican a desmontar el estado a tiempo completo y con unos recursos económicos, materiales y estructurales muy superiores a los nuestros. Nosotr@s no. Porque nosotr@s somos quienes tenemos que trabajar (quien tenga la suerte hoy en día de poder hacerlo) no sólo para nuestra propia supervivencia, sino para la suya. Y ahí reside parte de nuestro poder (además de llevar la razón, que ya es bastante).
Nos obligan a trabajar en condiciones cada vez más duras, pareciéndose en cantidades crecientes a una suerte de esclavitud de estado, para que se enriquezcan las capas altas (minoritarias) de la sociedad, lo que OWS ha terminado popularizando como el uno por ciento, y como ese "trabajo" es el que a su vez sustenta nuestras vidas y las de nuestros familiares, cedemos. No nos queda otra. Y esto nos quita tiempo y energías, no sólo para darnos cuenta de lo que está pasando, sino también para tomar las riendas de nuestras vidas y frenar con la fuerza de miles de millones en todo el mundo a un puñado de malnacidos que nos están dejando en la miseria y exprimiendo la sangre y la vida.
Es fácil, leyendo los dos párrafos anteriores a este, pensar que mis palabras están haciendo caer en el desaliento del que hablaba al principio a cualquiera que las lea, pero la intención va más allá. "No se ha conseguido nada" y "¿para qué?" caen como losas de varias toneladas de peso sobre cada una de nuestras cabezas. Esto responde a nuestras ansias de resultados inmediatos y quizá a una falta de visión panorámica. Desde esa óptica podría afirmarse también que las movilizaciones contra la guerra de Vietnam en los sesenta y setenta a lo largo de todo el mundo, el mayo del sesenta y ocho, las tomas de liceos en el Chile de los ochenta, las salidas masivas a la calle en la Transición española y las movilizaciones contra la OTAN tampoco han servido de nada, a juzgar por la no consecución de los objetivos específicos de muchos de estos movimientos. Pero quizá en ese análisis se nos escapan los objetivos ulteriores, lo que en realidad movía desde la base a toda esa (ésta) gente. El cambio, la lucha, la negación de pertenecer a esa mayoría silenciosa que tanto cacarea, ya no este gobierno, sino todos los que han ostentado el poder para deslegitimar las protestas, desmoralizar a la masa crítica y, en fin, desmovilizar a la ciudadanía, todo eso, ahí queda, y está vivo; somos ese noventa y nueve por ciento que tan de moda nos hemos vuelto a poner ahora. Y no lo consiguen, compañer@s, porque la razón unitaria y conjunta de toda movilización por la transformación social global hacia un mundo más justo, un mundo de las personas, es mucho más fuerte que cualquier tergiversación de la realidad. Porque todo forma parte de una cadena simbiótica que se nutre de sí misma constantemente. Porque el hecho de que el movimiento hippy en los sesenta y setenta se movilizara por el amor libre, contra la guerra de Vietnam y las políticas exteriores del bloque capitalista, ha inspirado la lucha que treinta años después sigue viva y evolucionada (y evolucionando) en las incesantes protestas de hoy en día a lo largo del mundo. Porque una acampada de veintitrés días en una plaza ha podido inspirar movimientos similares y hermanados en todos los rincones del planeta. Porque un articulo en un periódico sobre la estafa de la crisis a través de las entidades financieras puede empujar a un grupo de artistas a cantarse y bailarse una bulería revolucionaria en una sucursal de banco y eso mueve a otras muchas acciones más. Y porque no pueden (repito: NO PUEDEN) poner diques a un torrente que se desborda constantemente, porque sus diques están cimentados sobre la mentira y la injusticia y el torrente fluye y arrasa con ello con la fuerza de la verdad y la razón. Porque tenemos razón y el tiempo nos espera. Y no podemos desalentarnos ante el panorama de que quizá nosotr@s no consigamos ver el fruto maduro de nuestra lucha, pero somos lo suficientemente inteligentes y empátic@s como para detectar las semillas que ya germinan, provenientes de otros frutos maduros que ya florecieron y después cayeron, y podemos ser tan generos@s como para alegrarnos de que nuestr@s sucesores/as puedan comerse esa fruta bien fresca. Nosotr@s ya hemos probado la que sembraron nuestros ancestros, nos gusta y queremos más, porque la tierra en la que han germinado nos pertenece.
Sabemos bien, por las leyes ya conocidas de la recolección y la agricultura, que muchos árboles sólo sueltan las frutas cuando se les varea. Si esperamos a que estén lo suficientemente maduras como para caer por sí solas, puede que ya no sean comestibles, o que se encuentren picoteadas por los pájaros (generalmente urracas, que roban todo lo que brilla). Es hora de varear los árboles. Esa fruta es nuestra, y que se jodan las urracas. Si nos sobran, les echaremos las cáscaras.
Salu2
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