Se supone que estamos en primavera.
El calendario dice que sí,
y es probable que hoy
ya luzca Martenitza en mi muñeca
y no tarde en colgarla de un arbusto o un árbol.
Pero cuando cae la noche
el invierno no acaba de abandonarnos.
Alguien tan friolero como yo
estará esperando a que el invierno se derrita
en un arroyo cristalino
que se lleve en su torrente mi edredón.
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