Entrar
en un bar con piano no significa entrar en un piano-bar. Había ido
decenas de veces y nunca lo había sido, pero ésta tarde sí lo era.
En la atmósfera de ruidoso café del centro de la gran ciudad, el
piano y su pianista se obstinaron en arrastrarnos al Chicago de los
años veinte. En el tablero de mármol de la mesa que no me permití
elegir parecía que las vetas me devolvían un mensaje sergiano: Todo
lo que no sé expresar debe de ser "bohemio".
El
pianista, sin saberlo, insiste en darle la razón a la mesa, y entro
al trapo. Él lleva puesta la carcasa de un maniquí de cera con el
corazón en llamas, y dudo de si me gustaría ver cómo se derrite
desde dentro y acaba abrasando a todo el barrio. Sus pausas entre
pieza y pieza parecen cargadas de una nada aterradora y cuando vuelve
a la carga parece remar en galeras. Toda la nave para él solo, sin
nadie que le azote tan siquiera. Algo similar a un Cuando
vuelvas a mi lado nos es
derramado desde sus dedos a través de las teclas mientras
inspecciona el local, como para comprobar que los clientes se
encuentran en una dimensión diferente a la suya. Ignoro si habrá
notado que intento descifrar qué se esconde tras el parapeto de su
abundante pelaje. Al acabar uno de los temas se marcha hacia la barra
discretamente y no le acompaña ni un aplauso, ni un tímido
reconocimiento, excepto mi mirada entre admirada y contrariada por su
apatía. Mientras nos abandona, un hilo musical anacrónico acude a
agredirnos para defender la importancia de que el pianista siga
tocando. Al rato vuelve el maniquí de cera a rescatarnos de los años
noventa, pero yo me voy. Aún está por ver si, prosaicamente, mi
cuerpo se levanta, pero desde luego que me voy de esto. Dejémoslo en
la cresta de la ola antes de estropear la bohemia.
Él
intenta convertir la cafetería en un saloon del lejano oeste
norteamericano mientras mi mente le desea para mí mismo buena suerte
y le dejo sólo ante el peligro... y probablemente tan sólo por un
puñado de dólares.
Pero
al final, desde la calle, le escucho pelearse contra Satie. Espero
que gane Satie, sin saber bien qué significaría eso.
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